martes, 30 de junio de 2020

Monte y culebra Lino Cáceres

Monte y Culebra.
Lino Cáceres

Apr 22, 2016 · 4 min read

Sin ánimos de convertir esto en un recuento exhaustivo del proceso de colonización de nuestro territorio, presento a continuación hechos que, aún hoy, hacen eco en la realidad de las pequeñas ciudades y poblaciones del interior del país, volviendo una y otra vez, como la marea, para recordarnos el carácter cíclico de la historia.

Lo primero que quisiera resaltar es que a nuestros conquistadores les tomó poco más de cuatro décadas explorar y registrar casi la totalidad del litoral americano; sólo el extremo sur-oeste quedó fuera de esa asombrosa hazaña. Esto trajo como consecuencia que grandes extensiones de terreno tuviesen que ser exploradas y “pacificadas” simultáneamente, dejando muy poco tiempo para la investigación o planificación del siguiente espadazo desmalezador. Podríamos decir que los conquistadores españoles fueron los primeros en hacer derivas situacionistas.

La premura la podemos entender al estudiar la legislación impuesta por el Código de las Sietes Partidas y las Leyes de Toro de 1504, en las cuales se regulaban las maneras de obtener señorío sobre el Nuevo Mundo, conocemos que este derecho correspondía “a aquél que la poblare primeramente”, es decir, tal y como lo expresa Allan Brewer-Carias en La Ciudad Ordenada:

«(…) la sola penetración en el territorio no bastaba para asegurar el ámbito de la gobernación y la Provincia, sino que para ello era necesario poblar, es decir, fundar pueblos, no limitándose esta operación al simple hecho de establecer un campamento o una ranchería (…) era fundar ciudades y villas mediante acta levantada con toda la solemnidad necesaria (…)».

Si sumamos ambos factores: una vasta extensión de terreno descubierto, más una incesante búsqueda de títulos nobiliarios y las riquezas que esto implicaba, tendremos como resultado una serie de asentamientos de baja densidad, muy alejados entre sí y de los centros políticos coloniales.
A medida que el suelo venezolano no daba pruebas de grandes yacimientos de oro o piedras preciosas, la corona fue perdiendo poco a poco su interés y esto empezó a afectar el desarrollo de la infraestructura de los ya precarios asentamientos, José Ignacio Cabrujas, pese a no ser un historiador de carrera, hace mención de esto en “El Estado del Disimulo” de forma inmejorable:

«(…) Venezuela es un país provisional. La sensación que uno tiene cuando viaja al Perú o a México y observa las edificaciones coloniales –palacios de gobierno, cuarteles, catedrales, inquisiciones; es decir, las formas arquitectónicas del Estado– es de permanencia y solidez, como si la noción de futuro estuviese en cada ladrillo. Quien hizo la Catedral de México, además de edificar un concepto, pretendió exactamente levantar un templo perdurable y asombroso. Por el contrario, cuando uno entra en la Catedral de Caracas, termina por entender dónde vive. La Catedral de Caracas es un parecido, un lugar grande, relativamente grande, todo lo grande que podría ser en Venezuela un lugar religioso, pero al mismo tiempo se trata de una edificación provisional que forma parte del “más o menos” nacional. Uno siente ese “más o menos” en la artesanía de los racimos de uvas, corderos pascuales, triángulos teologales o sandalias de pastores. Uno comprende que alguien levantó esa catedral “mientras tanto y por si acaso”».

“Cumana. Siglo XVI”.
La idea de que las poblaciones del interior del país están en su estado ideal es errónea, pues su vocación inicial de campamento de avanzada dista mucho de la actual, una intervención es necesaria y ésta debe basar sus estrategias en el individuo, no porque la humanización de la práctica esté en boga, sino porque es precisamente a la desatención a los requerimientos básicos lo que induce migraciones a centros poblados más consolidados.

Pablo Lasala en “Acerca de la Arquitectura Urbana” hace referencia a esta incompatibilidad entre herencia y nuevos requerimientos:
«Carecemos de una tradición urbana, pues si bien es verdad que somos herederos de una rica y madura experiencia de mas de cuatro siglos en la construcción de centros urbanos, debemos aceptar que la situación de las poblaciones del periodo colonial poco tiene que ver con la magnitud, rapidez de crecimiento, velocidad de transformación y complejidad de la ciudad contemporánea».

Es tiempo de aceptar que las grandes migraciones internas no serán revertidas, que enfocar todos los esfuerzos de infraestructura en los grandes centros poblados no es la solución, y que construir seudo-ciudades de la nada es una estrategia que ha probado ser defectuosa. Es posible elevar la calidad de vida de todos los venezolanos aprovechando los asentamientos que ya existen, reforzando sus cualidades turísticas, económicas y naturales, promoviendo la interconexión y la aparición de nuevas centralidades regionales. El Dorado siempre ha estado acá esperando por nosotros, el mar lo sabe, por eso vuelve día tras día.

Tonado de la web, que por curiosidad me llevaron al "mientras tanto"
Zhair Marrero S.
promoviendo.vida@gmail.com

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